(353 pág.; Anagrama) (36;
septiembre de 2014; en Huesca)
Hacía mucho tiempo que tenía ganas de leer esta novela,
que resulta que no lo es, pero contengo mis ganas de leer aquello que me
apetece, pues eso impide que lea aquello que desconozco. Pero al fin llegó su
momento.
He dicho que no es una novela porque al final del libro
hay una sinopsis sobre Wolfe e indica que su primera novela fue su afamada La hoguera de las vanidades, que, cosa
extraña en mí, leí cuando se publicó, pero era otra época. Volviendo al tema de
que no es una novela, todo aquel que la lea lo comprenderá cuando lleve hojas y
hojas de datos sobre aviones, velocidades, presiones y demás zarandajas
relativas al deseo del hombre de volar, de volar más deprisa, de volar más
alto; en resumen, de cómo matarse siendo un joven piloto.
Pero dicho esto, no hay que olvidar que el que escribe
este informe de la historia de la aeronáutica estadounidense y, luego, de la
aeroespacial es Wolfe, y este señor tiene una gracia especial en poner
apelativos a personas, hechos o circunstancias, unos leitmotiv, que termina
conquistando al lector e impidiéndole abandonar un texto sobre el que no se
esperaba pasar la mirada.
Creo que la historia en sí es muy interesante, impresiona
el coste humano que se tuvo que pagar, el valor que tuvieron tantas personas de
trabajar diariamente en algo que podía truncar su vida de golpe y, al final de
todo, lo que queda de ese esfuerzo. Vale la pena su lectura.
“Al cabo de cinco o diez
minutos, no más, la habían telefoneado ya tres de las otras para preguntarle si
se había enterado de que había sucedido algo.”
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