(394 pág.; Galaxia Gutemberg) (23; abril de 2013)
Y hasta aquí llega esta trilogía.
Leída con ganas, para ver si seguía el mismo estilo narrativo que en las dos
primeras y por si terminaba deslumbrándome este autor que siempre figura en las
listas del Premio Nobel. Las respuestas a las dos incógnitas anteriores es la
misma: no.
En cuanto al estilo narrativo hay un
poco de todo: narración en primera persona, por un tercero y por otros narradores. En
cuanto a seguir una línea en el tiempo y/o el espacio, es igual que en las anteriores:
un batiburrillo. Está el protagonista principal, su analfabeta pareja, el ex combatiente
ex marido de esta última, la directora del departamento donde enseñaba el
primero, el narrador, tiene una gran importancia la raza de las personas y
algún etcétera más que debo dejarme.
La historia trata de un profesor de
literatura en la universidad que se refiere a dos alumnos que no ha visto nunca
con una frase en la que aparece la palabra “negro”, lo que desencadena una
serie de denuncias contra él ya que los alumnos en cuestión eran de raza negra.
Abandona la universidad y comienza su vía crucis vital.
Le expliqué más de la historia, que
aquí no quiero desvelar, a Marisol y me comentó que le parecía interesante,
pero que este autor, a su gusto, se embrollaba desarrollando sus ideas.
Exactamente eso es lo que me parece a mí, pero como tiene buenas ideas le he
dado varias oportunidades y aún le daré alguna más que tengo en casa. Y el
tiempo dirá si le dan el Premio Nobel.
“Corría el verano de 1998 cuando mi vecino Coleman Silk,
quien, antes de retirarse dos años atrás, fue profesor de lenguas clásicas en
la cercana Universidad de Athena durante veintitantos años y, a lo largo de
dieciséis de ellos, actuó también como decano de la facultad, me dijo
confidencialmente que, a los setenta y un años de edad, tenía relaciones
sexuales con una mujer de la limpieza que contaba treinta y cuatro y trabajaba
en la universidad.”