(448 pág.;
Noguer) (9; febrero de
2012) (Premio Nobel 1958)
Quien haya
visto la película, que la olvide; quien lea la contraportada de alguna edición
que describa una situación como la que figura en la portada de más abajo, que
no haga mucho caso.
Este libro
describe la situación de Rusia después de la Primera Guerra Mundial y durante
la Revolución de Octubre a través de las vivencias de Jivago: médico joven de
familia adinerada que, a pesar de creer en la Revolución, está mal visto por
los que rigen los destinos de la nueva Rusia, ya que no proviene de una clase
humilde. En contra de lo dicho en las dos primeras líneas, sí que es cierto que
conoce a una muchacha de la que termina enamorándose, pero sucede pasada la
mitad de la novela, porque la novela trata, fundamentalmente, de transmitir el
desconcierto, descontrol y opiniones en contra de la mencionada revolución,
llegándose al levantamiento de armas en contra de ese nuevo estatus.
Al pobre
médico le sucede de todo: teme por su vida porque los revolucionarios prefieren
matarlo a usar sus conocimientos, pues proviene de una familia adinerada; los
contrarrevolucionarios lo secuestran porque precisan de sus servicios; su mujer
y sus hijos son desterrados debido a sus orígenes; y el que él conviva con una
amante hace que tengan que abandonar la ciudad donde viven.
Quien haya
visto la película y recuerde la estupenda música de Maurice Jarre, puede que le
pase lo que me ha sucedido a mí leyendo la novela: a pesar de leer sobre nieve
y más nieve ni una sola vez me vinieron las notas a la memoria, pues esa
melodía la tengo asimilada a una vía de escape, a una salida hacia algo mejor,
a una belleza que, a pesar de que en la novela se describe, la alegría que me
hace sentir la música no se encuentra por ninguna parte.
Obra poética
que, sin entrar en detalles escabrosos, da una muestra de lo que debieron ser
aquellos terribles años para el pueblo ruso.
“Andaban, y al andar cantaban Eterna memoria.”
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