(591 pág.; Alianza) (74; octubre de 2022)
Anna me regaló este libro por San José y, si no recuerdo
mal, yo ya lo tenía como aconsejado, así que me pareció un regalo estupendo. Con
el párrafo inicial ya tenemos una visión de la ironía que destila este libro,
pues no hay capítulo en el que no se apostille algo sobre el alma rusa. La idea
se la dio Puschkin a Gógol, este creó la historia y se convirtió en el mayor
escritor ruso hasta ese momento.
Un ex funcionario ruso decide ser terrateniente, pero
para ello hace falta comprar tierras. En el momento de la historia, el estado
ruso cobraba por cada trabajador que había en una finca y, como el censo duraba
cinco años, el propietario de la misma pagaba dicha contribución aunque se
murieran o escaparan. Por otro lado, el estado entregaba tierras a quien
tuviera “almas” a su cargo, y a este ex se le ocurre comprar las almas que
cuestan dinero y no aportan trabajo. Aunque nadie entiende por qué.
Con este planteamiento Gógol disecciona la sociedad rusa
dejando al descubierto cuanta podredumbre encuentra en ella. El primer libro
termina, sorprendentemente, sin concluir la historia, pero ello no fue óbice
para el éxito arrollador que tuvo, ni para que ahora no se pueda leer y
apreciar la enorme crítica que implica. El segundo libro también está sin
finalizar, pero Gógol falleció sin poder concluirlo.
“Por la puerta cochera de la
fonda de la provinciana ciudad de N. entró una pequeña carretela de bastante
buen aspecto, de las que tienen ballestas de suspensión y en las que suelen
viajar los solterones: tenientes coroneles retirados, subcapitanes,
terratenientes con un centenar de siervos, en una palabra, todos esos a quienes
suelen llamar señores de medio pelo.”
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