(140
pág.; Plaza & Janés)
(39; julio
de 2019; Premio Nobel 1982; leído en Tenerife)
Al igual que en el libro anterior, hay cuatro personajes
narradores y la historia sucede en el pasado y en el presente y también se
oculta quién es el narrador (ya es casual encontrarme con estos dos libros
seguidos escritos con treinta y cinco años de diferencia). A pesar de que tiene
pocas hojas, la imaginación es desbordante (por ejemplo, el tiempo no avanza si
no hay movimiento) y, como siempre, no falta la belleza y poesía tan
características de este autor, a pesar de que es su primera novela y en la que
ya aparecen Macondo y el coronel Buendía, doce años antes de la enorme Cien años de soledad.
La historia
comienza con la noticia de que un hombre, que era médico, se ha suicidado y que
el coronel en cuya casa estuvo viviendo durante muchos años quiere enterrarlo,
a pesar de que ninguno de los vecinos del pueblo quieren que se haga. El
motivo: una noche fue pedida su ayuda para atender a unos soldados heridos y se
negó a prestarla. A partir de aquí, y con las voces de cuatro de los
protagonistas, iremos sabiendo más de las vidas de ellos y de las razones por
las que el coronel, sobre todo, actúa como lo hace.
“De pronto, como si un remolino hubiera echado raíces en el
centro del pueblo, llegó la compañía bananera perseguida por la hojarasca.”
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