(234 pág.; Plaza & Janés) (16; marzo de
2018)
Yo no leía ciencia ficción porque me imaginaba que era
del estilo de las galácticas guerras (me quedé dormido allá por los ochenta con
la primera entrega), pero a la vista de la cantidad de libros de esta temática
que hay en la biblioteca de Marisol le he cogido el gusto y, además de ir repitiendo
los autores que ya he leído y que me han gustado, cada año leo una obra de un
autor desconocido para mí. Este año le ha tocado a Aldiss y, como tantos otros
ya, es muy bueno.
Estos superjuguetes
son una serie de relatos, algunos de una decena de páginas, que tratan de
muchos temas, algunos de los cuales son: un niño que no se siente querido por
su madre; un cementerio de máquinas que han quedado obsoletas o ligeramente
dañadas y que se arreglan entre ellas; la presentación de una empresa que para
mejorar la vida de los habitantes de los planetas adquiere todos los derechos
del agua o el aire; la vida en la edad de piedra; una autodecapitación; la
soledad y, entre otros muchos, la posibilidad de que cuando alguien esté
irritado no pueda tomar una decisión inmediata sino que su cerebro se ralentice
a fin de que haya tenido tiempo de serenarse y, consecuentemente, su decisión
sea fruto del raciocinio y no de un momento airado. ¿No inventaron algo similar
los de los mensajes entre móviles a fin de que si uno iba pasado de copas no
dijera lo primero que se le ocurriera y luego ya no tuviera remedio?
Los relatos de Aldiss no son ficción, son historias del
futuro que se adelantan al momento en el que se encuentra la ciencia, la
tecnología o la sociedad. Como muestra, el inicio de un botón.
“Pese a los avances en la
ingeniería genética, parece que la sociedad humana nunca mejorará.”
El botón de pausa
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