(716 pág.; El País) (59;
octubre de 2015)
Cuando le enseñé el libro que leía a Marisol me dijo que
esta autora escribía libros rosas. Aún no me lo había parecido, pero sí que ya
había leído una frase que tendía a ello. Al final podría decir que no creo que
sea un libro rosa (nunca he leído uno de ellos), pero no debe estar muy lejos.
En forma de retrospectiva, cuenta la historia de una
mujer de sesenta y cuatro años a la que le acaba de dar un ataque al corazón.
Tiene tres hijos y su padre fue un pintor suficientemente famoso en su tiempo.
Aparecen dos personajes jóvenes más (historia de amor) y disputas por la venta
de tres cuadros que aún quedan en casa, uno de ellos Los buscadores de conchas.
Quizá parezca sexista, pero me gustaría que alguien me
indicara un libro escrito por un hombre en el que aparezcan estas palabras: geranio
temprano, fucsias, capuchinas, jacintos, azafranes, escilas, campanillas de
febrero, acónitos, prímulas tempranas, azulinas, anémonas, narcisos salvajes, y
un largo etc. del mismo tenor. Y no cuento nada del aroma de la ropa colgada al
viento.
Pero
en este florido pensil también es posible encontrar alguna perla cultivada: “La
felicidad está hecha de la mayor parte de las cosas que tienes, la riqueza está
hecha de la mayor parte de las cosas que has tenido.”
“El taxi, un viejo Rover
que olía a humo de cigarrillo, avanzaba lentamente por la vacía carretera de
campo.”
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