(345 pág.; Plaza & Janés) (41; septiembre de 2014)
Tocaba uno de ciencia ficción y de este autor no había
leído nada. Ahora ya sí, pero no es la ciencia ficción clásica, es decir,
aquella que no necesita máquinas extrañas, ni bichos enormes; es una ciencia ficción de aventuras, como
podría serlo Julio Verne, aunque prefiero a este último por su solidez
argumental e imaginación.
¿Por qué he puesto ciencia en cursiva? Porque no lo es: “los
planetas giran alrededor del sol en círculos” o “describiría indefinidamente una
trayectoria en espiral alrededor del sol”; y no solo se equivoca en física,
sino también en química: “el oxígeno es de la familia del flúor y cloro”.
Obviamente, no es Verne ni Asimov, científicamente hablando.
No obstante, esta novela de aventuras es entretenida, por
lo que si te acabas de meter entre pecho y espalda una de esas historias
sesudas, pesadas o que te dejan el alma en un vilo, leerla hará que sueltes
lastre, y eso es un punto a favor.
“Durante mucho tiempo, el horizonte había sido una monótona
y lisa línea azul que separaba al océano Pacífico del cielo.”
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