(152
pág.; Espasa-Calpe) (64;
noviembre de 2012)
¿Quién
no ha oído hablar de Rubén Darío o a quién no le han mencionado su nombre en la
asignatura de Literatura? ¿Quién lo ha leído? Yo hasta ahora no lo había hecho
(como a tanto buenos escritores), pero cuando das con uno tan grande como este
has de reconocer que más que alguna laguna en tu cultura tienes océanos por
cubrir. Por otro lado, es una gran suerte poder descubrirlo cuando, quizá, más
puedas saborearlo.
Queda
claro que me ha dejado totalmente obnubilado su lectura. Si mi memoria no me
engaña (o dormita, como en la mayoría de los casos), pocas veces (o ninguna) he
leído a un autor que tenga la capacidad de recrear sus historias con la
cantidad de adjetivos embellecedores que tiene Rubén Darío y, lo más importante,
que no llegue a cansar.
No
voy a describir ninguno de sus relatos en prosa o las poesías que aparecen en
este librito de nombre tan sugerente (he querido creer que se debe a que
aparece en muchas páginas, aunque no dejan de aparecer colores por doquier),
aunque quiero resaltar dos: La canción
del oro y Naturaleza muerta.
En
lugar de acabar con una pueril frase mía, dejo cuatro versos suyos:
Dentro, la ronda de mis mil
delirios
las canciones de notas
cristalinas,
unas manos que toquen mis
cabellos,
un aliento que roce mis
mejillas.
Invernal
“He visto ayer por
una ventana un tiesto lleno de lilas y de rosas pálidas, sobre un trípode.”
Naturaleza
muerta
eBook: comprado por 1’63 €. Correcto, y no tiene la
carta-prólogo de Juan Valera que aparece en el libro impreso y que, a mi
parecer, es un desatino.
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