(285
pág.; leídas 62; El País) (65;
noviembre de 2012)
Dado
el exiguo conocimiento que tengo de otras lenguas si quiero leer a Shakespeare,
Goethe o Hugo los he de leer traducidos al castellano. Aunque con ello me
pierda matices e intenciones del autor o la riqueza del idioma original.
Entonces, ¿por qué he de leer una obra que parece muy interesante en un
castellano que no entiendo? No acierto a comprender porqué esta obra no se
traduce al castellano actual para los que no entendemos el del siglo XIV, tal y
como tienen que hacer los italianos con el latín o los griegos con los Diálogos
de Platón.
Leí
62 escasas páginas, pues aunque hay un diccionario de más de 600 palabras al
final del libro no deja de ser muy incómodo tener que ir a leer el significado
de una palabra cada dos líneas. Y me supo mal dejarlo, pues era de lectura muy
interesante por todas las enseñanzas “de sentido común” que vierte y de los
ejemplos que aporta. Entre los más conocidos: el del sabio que se lamentaba lo
pobre que era o el cuento de la lechera.
Algún día encontraré una
“traducción” y podré disfrutar de él.
“Acaesció una vez
que el conde Lucanor estava fablando en su poridat con Patronio, su consegero,
et díxol’:
–Patronio, a mí acaesció que un muy grande
omne et mucho onrado et muy poderoso, et que da a entender que es ya cuanto mio
amigo, que me dixo pocos días ha, en muy grant poridat, que por …”
eBook: comprado. Tiene un diccionario al final del texto
de unas veinte páginas, es decir, unas 600 palabras, lo que representa una
incomodidad aún mayor que en el libro el tener que ir a buscar la palabra en la
página oportuna y volver al punto de la lectura.
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