(93
pág.; Salamandra) (63;
noviembre de 2012)
La
cuarta novela que leo de esta autora pues cuando Marisol encuentra un filón,
como es el caso, lo agota (y aún tengo tres más por leer).
Y
vale la pena leer las obras de Némirovsky, aunque sean relatos como el
presente, ya que siempre están bien escritas y describen las circunstancias que
envolvieron a las personas que vivieron en los inicios del siglo XX en Rusia y
que padecieron la Primera Guerra Mundial y la Revolución de Octubre.
En
este caso concreto, una familia abandona su hogar dejando al ama de llaves para
que lo conserve. Con el paso del tiempo, ella también tiene que dejar el país y
se reencuentra con sus señores. Esta historia, que podría ser anodina e
insignificante, en manos de Némirovsky se convierte en paradigma de lo que
vivieron y sufrieron las personas que, como ella, tenían una cierta posición y
vieron cómo el mundo establecido y bien conocido por ellos se derrumbaba y
desaparecía, cambiando, de la noche a la mañana, las clases sociales y los
valores que se consideraban inalterables.
“-Bueno, Yuroska, adiós… -dijo asintiendo con la
cabeza como antaño-.”
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