domingo, 30 de enero de 2022

H.P. Lovecraft: En las montañas de la locura (*)

(152 pág.; Acantildado)                      (3; enero de 2022)

En 2013 elegí de nuestra biblioteca a Loos en lugar de Lovecraft y, como no me gustó, me lamentaba. Seis años más tarde elegí el de Lovecraft y, aunque comenté en este blog que prefería a Poe, me gustó. Ahora, repetiría con gusto a Loos, pues este aún me ha gustado menos.

Vayamos por partes, es decir, desmenucémoslo: si quiero imbuir terror en el ánima de un lector tendré que, subrepticiamente, ir influyendo en él en el sentido de que hay algo que no es bueno, o sobrenatural, o que nos puede ocasionar un daño por encima de los que podamos haber conocido; esto en la literatura. En el cine, la imagen o el sonido añaden facilidad para producir sobresaltos, que no es lo mismo que terror, pero que nos puede llevar a sentir miedo ante el siguiente susto. Aclarado mi punto de vista, poco terror, y ningún miedo, les tendré a unas montañas que son presentadas en la página tres como las “de la locura”, a menos que rápidamente haya algo que pueda asustarme. Si luego no hay nada más que la opinión del autor de que son las “montañas de la locura”, una y otra vez (trece veces), lo que me producen dichos engendros de la naturaleza es tedio.

A Lovecraft le parece que utilizar muchas veces palabras científicas sobre el paso del tiempo, eones (19 veces), glaciación, Pleistoceno y otras muchas de esta índole; o sobre obras que pueden provocar supuestos daños al lector como el Necronomicón (11) y algunas más; e insistir constantemente en que la existencia de unos seres que se deduce de unas borrosas señales en un idioma totalmente desconocido pueden provocar terror está equivocado, por lo menos actualmente, es decir, poco más de ochenta años después de haber escrito esas páginas.

A vuelapluma: me cuesta creer que a la velocidad de una avioneta y en medio de nubes sea fácil ver todo lo que se llega a describir de unas fantásticas construcciones y sus dimensiones a través; y que dentro de estas construcciones, y sin apenas luz, se sepa valorar en cientos de miles de años la existencia de las mismas.

Obviamente, no culpo a Joel del contenido de este libro que lo eligió para que fuera el décimo octavo del CLC, pero lo que es a Lovecraft…





Me veo obligado a hablar, pues los hombres de ciencia se niegan a seguir mi consejo sin saber por qué.”



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