(148 pág.; Biblioteca Premios) (9; marzo de 2021)
Joel escogió este libro en el CLC para este mes de marzo,
lo que hace que de Mendoza ya haya leído siete libros, lo que no está nada mal,
teniendo en cuenta los muchos autores que esperan ser repetidos; pero desde otro
punto de vista, lamento no haber leído de él obras tan importantes como La
verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios, que dejé
a medias hace más de treinta años. Pero de este que me ocupo hoy nadie me
quitará las dos divertidas horas que he pasado.
Mendoza comienza el libro con una introducción que figura
al pie de la portada del libro y en la que explica que en su época (como en la
mía) la Historia Sagrada era una asignatura importante, que se asumía a pies
juntillas, que los alumnos aprendían sin parar mientes en su significado
(tampoco es que nadie se esmerara mucho en explicarlo) y en la que había
historias que eran muy entretenidas. Aclara Mendoza que respeta todas las
creencias, cosa que creo sinceramente, aunque también me parece que con su gran
habilidad de parangonar lleva al límite de lo absurdo muchas de las cuestiones
que se plantean en la mencionada Historia, como por ejemplo el Arca de Noé, la
destrucción de Gomorra (de la que no se aclara el porqué y que compara con
Nagasaki, por ser ambas las que ocupan el segundo lugar), o bien, el tiempo
transcurrido cruzando el desierto para recorrer una distancia que no precisa
los cuarenta años que le costó al pueblo elegido. Y los que no pertenecemos a
este pueblo “si nos pinchan, ¿acaso no sangramos?”. A Shakespeare le habrían
gustado estas barbas.
“Siempre que me preguntan cuáles han sido las lecturas o los
autores que más han influido en mi carrera literaria respondo sin vacilar que
las lecturas infantiles, a menudo anónimas o de autores apenas identificados, fácilmente
olvidados.”
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