(335
pág.; El País) (26;
junio de 2019)
Si no te interesa especialmente el
personaje en cuestión, la Historia en general o el autor, solo puedes agarrarte
a que en esa estantería no queda otro libro por leer o es el más atractivo.
Dicho esto, y como me pasa mayormente, el personaje es interesantísimo, la
historia contada me ha sorprendido por mi total desconocimiento y el autor,
concienzudo y detallista, lo que quizá hace que la acción no parezca avanzar,
pero glosa la figura de Carlomagno desde todos los ángulos posibles.
Año 800 D.C. El continente europeo
está ocupado por un sinfín de pueblos. El imperio romano ha desaparecido
escindido en dos. El Papa se encuentra acosado por todos aquellos que quieren
conquistar su territorio y acude en busca de ayuda a Pipino el breve, rey de
los francos. Su hijo Carlos está presente en las negociaciones y, después de la
inesperada muerte de su padre, asciende al trono manteniendo el tratado. A
partir de ese momento, y a través de la vía diplomática, irá anexionando
pueblos y territorios hasta ser proclamado emperador. Pero este resumen aventurero
es lo menos interesante pues, a su vez, poco podía esperarse de un pueblerino,
que es lo que era, y, en cambio, su ansia de conocimiento hizo que resurgiera
la cultura y el arte romanos, a la vez que legislaba y creaba una identidad
europea.
“Su nombre era Carlos.”
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