(284
pág.; Pepitas de calabaza) (14;
abril de 2019)
Creo que hará un par de años que le
regalé este libro a Marisol, pues a ella le gusta esta película (lo que no es
el caso en mi caso). Como las hojas seguían estando pegadas decidí leerlo yo.
Diré que casi me dieron ganas de volver a ver la película, pero creo que
seguiría sin gustarme, pues considero que es excesiva, aunque tiene ideas muy
buenas y, estoy convencido, que las actuaciones deben ser brillantes.
Hay una pequeña introducción en la
que se recomienda fervientemente que se lea el prólogo del propio Cuerda. Es lo
mejor, con mucho. Está lleno de chispa, es muy gracioso y cuenta anécdotas de
su vida, de antes de tener el guion, del tiempo que estuvo en televisión y del
propio rodaje. Considero que vale la pena su lectura, aunque luego no se lea el
guion ni se vea la película.
¿Y de qué va esta, es decir, el
guion? Un español que es profesor en Estados Unidos ha pedido un año sabático y
viene a pasarlo a España. Su padre ha comprado una moto con sidecar para que
puedan viajar juntos y el viaje les lleva a un pueblo muy curioso: los
habitantes del mismo van todos los días a misa porque es un gusto ver al
párroco oficiarla; a los borrachos se les da de beber hasta que no pueden más,
pues su función es estar beodos; las mujeres se reúnen para echar pestes de los
hombres y para ello requieren a un número de la Guardia Civil, que aguanta
estoicamente; y no sigo contando más porque no quiero desvelar los sucesos más
curiosos e imposibles que suceden en el pueblo, pero que tienen su gracia y más
con los comentarios que va destilando Cuerda. Muy bueno.
“Mal
asunto si uno, en el territorio de la creación, tiene que ponerse a explicar lo
que ha hecho, por qué lo ha hecho o por qué ha dejado de hacerlo.”
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