(leídas 109 de 207 pág.; Versal) (58; diciembre de
2018)
Dicen que una imagen vale más que mil palabras: me
hubiera tenido que fijar más en la portada y no elegir este libro de la
estantería. También me hubiera podido enterar mejor de lo que querían decir
esos puntos suspensivos del título: “le dejo la isla que le gané a Fatty Hagan
en una partida de póquer.” ¿A que tiene gracia? Pues así es toda la novela… (que
leí hasta que me cansé de ella, pues era un chiste malo seguido de otro que no tenía
gracia). Yo también sé usar los puntos suspensivos. Forrest tenía que haber
aprendido de Les Luthiers: “La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa”.
Al joven de la portada ya sabemos que su tío le ha dejado
en herencia una isla. El se piensa que es una isla importante, pero resulta un
peñasco sin ningún atractivo, salvo la joven de la portada que le gusta ir a
ella a tomar el sol desnuda. Cuando consigue conquistarla y van a hacer el
amor, un barco espía ruso se empotra en la isla y… en este momento es mejor coger otro libro.
“Albert preguntó:
–¿Hay ballenas por aquí?”