(51 pág.; Elba) (7; febrero
de 2017) (Premio Nobel 1953)
Inicio la sexta centena de libros leídos con ganas, pero
no tantas como para embarcarme con los libros de historia que escribió Churchill
y, por los que supongo, le otorgaron el Premio Nobel de Literatura. Desconocía
la extensión de este, ahora ya para mí, librito, pero como no encontré otro que
no tratara de historia fue el que le pedí a Anna que me regalara por Navidad.
El autor tenía más de cuarenta años cuando creyó llegado
el momento de dedicarse a algo que no fuera tan cerebral como lo que había
hecho hasta entonces y, a pesar de no haber cogido unos pinceles en su vida, se
atrevió con el óleo. Entre paréntesis, aunque no los ponga, debía tener traza,
pues por mucho que él insista en que hay que probarlo y que con el tiempo ya
saldrá aquello que queremos, no me imagino a mí mismo en su gabán y que no me salga
una mancha de Rorschach asimétrica. Interesante explicación inicial del porqué
se debe dedicar algún esfuerzo a hacer algo totalmente distinto a nuestro
quehacer diario, aunque “sería una verdadera lástima desperdiciar el tiempo
libre del que disponemos haciendo cerámica”. Para gustos, colores.
“Son muchos los remedios que se recomiendan para el exceso
de tensión mental y las preocupaciones que sufren las personas que, durante
periodos prolongados de tiempo, deben cargar con obligaciones a gran escala.”
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