(187 pág.; Espiral) (2; enero de 2017) (Premio Nobel 2016)
Desde hace tres o cuatro años sabía
que Bob Dylan estaba entre los posibles ganadores del Premio Nobel en las casas
de apuestas, único lugar en el que uno puede saber, de forma oficiosa, quién
figura entre los candidatos. Al principio me sorprendí, pues aunque no había
leído ninguna de sus letras en castellano, me parecía inapropiado que un letrista
fuera candidato al premio más prestigioso de la literatura.
Cuando el año pasado lo ganó quise
comprender cuáles podían haber sido las razones de los sesudos académicos para
darle este galardón, y creo que encontré una razón suficiente, por lo menos para
mí: si Tranströmer, último poeta en ganar este premio, cantara sus versos
¿serían éstos menos buenos? Como creo que la respuesta, musicalmente aparte, ha
de ser que ese autor se lo hubiera merecido igual, lo que hay que hacer es leer
las letras de Dylan y ver qué le parecen a cada uno, porque el Nobel ya se lo
han dado (aunque él no lo haya recogido), con independencia de lo que nos
parezca a sus lectores u oyentes, al igual que se lo dieron al otro autor.
Y
yo he leído la letras de los discos publicados entre 1962 y 1965 y he de decir
que las relativas al ámbito social fueron muy valientes, que tiene un sello muy
personal y que no todas las he entendido (como habitualmente me pasa con la
poesía), por lo que concluyo que era tan nobelable
como lo fueron otros, poetas o no, entre los que se encuentran algunos que no me
convencieron tanto como él.
“¿Cuántas veces debe un hombre
mirar hacia arriba para poder ver el cielo?
¿Cuántos oídos debe tener un hombre
para poder oír a la gente llorar?
¿Cuántas muertes serán necesarias
para que comprenda que ya ha habido demasiados muertos?
La respuesta, amigo mío, está flotando
en el viento,
la respuesta
está flotando en el viento.” Blowin’ in the wind
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