(859 pág.; Ediciones B) (54;
agosto de 2015; en Huesca)
Le pregunto a Marisol cuál de los cuatro libros que
tenemos de esta autora es mejor y me aconseja el que yo ya conocía desde que se
publicó a finales de los ochenta y que no leí porque mi ritmo de lectura era
ínfimo. Quizá entonces me habría gustado.
He estado a punto de dejarlo en varias ocasiones, incluso
hasta cuando llevaba el 85 % leído, pues cada vez me parecía más descabellado.
Cualquier resumen que no detalle las increíbles, inefables, e inimaginables
aventuras en las que se ven implicados los protagonistas no sería fiel al
contenido del libro, así que nos quedamos sin él, pues ni quiero perder más
tiempo ni quiero recordar tanta aventura imposible.
Marisol y yo creíamos que Eco debió abrir la caja de los
truenos de este estilo de novelas con El
péndulo de Foucault, cuya segunda parte hablando de las sectas y el
esoterismo es infumable (aunque seguramente es cierto todo lo que dice); esta
señora (que este año cumple setenta y me impresiona lo que ha hecho en su vida)
recogió el testigo y Dan Brown lo perpetró. Pero no es como pensábamos, pues Eco y Neville
publicaron sus libros el mismo año, pero del de ella no salvo la mitad.
Lo mejor es la entrada al último capítulo: un poema sobre
el ajedrez… de Borges.
“Una bandada de monjas cruzó la carretera y sus almidonados
griñones revolotearon sobre sus cabezas como las alas de las grandes aves
marinas.”
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