(534 pág.; Alfaguara) (55; agosto
de 2015; en Huesca)
Hace ya un mes que acabé el libro y escribo estas líneas
después de tres semanas agotadoras de trabajo, por lo que tengo que hacer
memoria de lo que me produjo la lectura de este libro. Marisol es una
entusiasta lectora de Marías y en casa tenemos docena y media de sus libros;
yo, como voy atrasado, he leído tres, contando este, por tanto, tengo Marías
para rato.
No hace falta decir, por los tres asteriscos que figuran
al lado del título, que me parece un libro muy bueno, pero quiero advertir que,
desgraciadamente, más de uno que lo comience a leer lo dejará antes de la
página 40 o 50, pues no sé a cuento de qué, el principio del libro tiene
oración subordinada sobre otra y otra más, con lo que cuando las acabas de leer
tienes que volver a la primera para recordar de qué se hablaba (véase el primer
párrafo después de la portada). Además, entre subordinada y subordinada, trae a
colación un capítulo entero sobre la guerra civil y sus consecuencias que,
aunque tiene una supuesta relación con lo dicho hasta el momento, se hace
pesada. En resumen, pasadas las primeras cincuenta páginas, comienza una historia
que va in crescendo y llega hasta tal
punto que las doscientas últimas páginas no pude dejar de leerlas hasta saber
cómo acaba la novela.
¿Vale la pena que intente hacer un parco resumen? Para
qué, si un libro es bueno lo mejor es leerlo sin saber de qué va y disfrutarlo
desde la primera, no, desde la quincuagésima página.
“No hace demasiado tiempo que ocurrió aquella historia
—menos de lo que suele durar una vida, y qué poco es una vida, una vez
terminada y cuando ya se puede contar en unas frases y sólo deja en la memoria
cenizas que se desprenden a la menor sacudida y vuelan a la menor ráfaga—, y
sin embargo hoy sería imposible.”
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