(128 pág.; Austral) (44;
julio de 2015)
En 2011 dije que leería más libros de él y, aunque cuatro
años son muchos, también lo son los autores que he ido leyendo y que están a la
espera de segundas oportunidades, pues si no es tiempo lo que me ha de faltar,
no será por ganas que no cumpla con tanto autor pendiente.
No sé si en la edición impresa también aparecen los
poemas que publicó anteriormente en El
gallo crisis, El silbo vulnerado,
y El silbo de las ligaduras, y que sí
aparecen en la edición digital que he leído. Esos poemas son los que configuran
El rayo que no cesa, con pequeñas
variaciones que Hernández hizo por el paso del tiempo y los cambios que la vida
operó en él. Como, además, la edición está comentada, es un lujo que te
indiquen qué cambios hubieron y los motivos por los que se hicieron.
No voy a decir que he entendido todos sus versos, en
absoluto, sigo siendo de la misma materia de la que estaban hechos los tochos
de la Academia, que por mucho que escucharan a Platón poco pudieron sacar de
ello, pero, y esto es muy importante para mí, esos tochos no pueden decir que
disfrutaron oyendo al filósofo y yo puedo asegurar que he vibrado aún más que
con sus Poemas de hace cuatro años.
Quiero poner un ejemplo de lo que yo no percibo:
Por tu pie, la blancura más bailable,
donde cesa en diez partes tu
hermosura,
una paloma sube a tu cintura,
baja a
la tierra un nardo interminable.
Yo leo esos cuatro versos y me gusta el sonido que
mentalmente imagino o, incluso, que escucho, si mis labios los malrecitan. Pero
no comprendo la paloma ni el nardo, pero ahí está la gracia del comentario que
aclara que el nardo se refiere a la pierna. Y así, uno que no tiene imaginación
como yo puede deleitarse con tantas y tantas bellas palabras que puestas en orden
por Miguel Hernández crean estos maravillosos poemas.
En esta
ocasión, al pie de la portada no hay un inicio sino un final y este no merece
que mis palabras demoren su lectura.
“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.” Elegía a Ramón Sijé
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