domingo, 19 de julio de 2015

Miguel Hernández: El rayo que no cesa (***)

(128 pág.; Austral)                                         (44; julio de 2015)
En 2011 dije que leería más libros de él y, aunque cuatro años son muchos, también lo son los autores que he ido leyendo y que están a la espera de segundas oportunidades, pues si no es tiempo lo que me ha de faltar, no será por ganas que no cumpla con tanto autor pendiente.
No sé si en la edición impresa también aparecen los poemas que publicó anteriormente en El gallo crisis, El silbo vulnerado, y El silbo de las ligaduras, y que sí aparecen en la edición digital que he leído. Esos poemas son los que configuran El rayo que no cesa, con pequeñas variaciones que Hernández hizo por el paso del tiempo y los cambios que la vida operó en él. Como, además, la edición está comentada, es un lujo que te indiquen qué cambios hubieron y los motivos por los que se hicieron.
No voy a decir que he entendido todos sus versos, en absoluto, sigo siendo de la misma materia de la que estaban hechos los tochos de la Academia, que por mucho que escucharan a Platón poco pudieron sacar de ello, pero, y esto es muy importante para mí, esos tochos no pueden decir que disfrutaron oyendo al filósofo y yo puedo asegurar que he vibrado aún más que con sus Poemas de hace cuatro años. Quiero poner un ejemplo de lo que yo no percibo:
                        Por tu pie, la blancura más bailable,
                        donde cesa en diez partes tu hermosura,
                        una paloma sube a tu cintura,
                        baja a la tierra un nardo interminable.
Yo leo esos cuatro versos y me gusta el sonido que mentalmente imagino o, incluso, que escucho, si mis labios los malrecitan. Pero no comprendo la paloma ni el nardo, pero ahí está la gracia del comentario que aclara que el nardo se refiere a la pierna. Y así, uno que no tiene imaginación como yo puede deleitarse con tantas y tantas bellas palabras que puestas en orden por Miguel Hernández crean estos maravillosos poemas.
En esta ocasión, al pie de la portada no hay un inicio sino un final y este no merece que mis palabras demoren su lectura.




“A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.”                                Elegía a Ramón Sijé

eBook: perfecto.                                            epublibre


No hay comentarios:

Publicar un comentario