(529 pág.; Periférica) (34; junio de 2022)
Este libro me lo regala Marisol por Reyes de este año y,
aunque nada me dice ni su título ni la contraportada, cuando llega el turno de
leerlo me engancha desde el primer párrafo, que habla del Hubble y, anticipo,
termina el libro hablando del tiempo y la distancia de Plank; pero que no se
asuste nadie por esto de física, pues es lo único de ella que aparece en el
libro.
El narrador es un viejo, así se autodenomina, de setenta
años que pasa revista a su presente (reuniones de viejos como él en el bar de
la esquina hablando de todo para no callar), a su pasado personal (funcionario
que no deseó serlo), al pasado de la zona donde vive (antiguo lugar de
concentración de hornos para fabricar ladrillos).
Yo, que tengo un lustro menos que él de vejez (pues así
también me considero, por mucho que digan que aún somos jóvenes), suscribo
absolutamente todo lo que dice o explica, tanto del presente como del pasado, con
el único ejercicio mental de trasladar la acción de su Península a la nuestra.
El tono de crítica del narrador es como el de Marías en sus comentarios dominicales,
es decir, de queja de la situación actual en cualquiera de sus miles de
facetas, pues siempre hay alguna que no funciona o podría funcionar mejor (he
sido optimista: hubiera podido decir que ninguna hay que funcione).
Es un estupendo libro que puede parecer una atractiva lección
de historia del pasado siglo, pero que, a través de personajes como los que aparecen
en los libros de Alexievich, crean un enorme y entretenido crisol de
figurantes.
“El telescopio espacial Hubble lleva décadas orbitando
alrededor de la Tierra, ha escrutado la negrura que llamamos Universo y
ha elegido una porción más negra que las demás donde parecía que no había nada,
un rectángulo de cielo cuyo lado más largo es algo así como una décima parte
del diámetro del disco lunar visto desde aquí.”
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