(leídas 23 de 288 pág.; Debolsillo) (36; junio de 2022)
Lo que viene a continuación no es una crítica al autor
(sus buenos rendimientos le produjeron y, además, todo el mundo tiene derecho a
comer) ni a sus lectores (¿qué razón podría haber?), sino que es una nueva
constatación de que no todo puede gustar a todo el mundo. Veámoslo.
Al igual que alguna vez he declarado que hay historias
para mujeres (por ejemplo, y la he leído, De parte de la princesa muerta)
y para hombres (esta me la voy a inventar: “Los cincuenta mejores KO de la
historia, edición ilustrada”, que ni a mí me interesaría), también hay formas
de narrar que son más adecuadas a unas edades que a otras (precisamente como
los chistes), y este libro es un claro ejemplo.
El primero que leímos de Pratchett en el CLC (este es el
que hace el número veintitrés y fue elegido por Joel) obtuvo cinco doses, lo que
quiere decir que a todos nos gustó lo suficiente y, en esa tesitura comencé a
leer este, pero a las primeras de cambio ya me di cuenta que no llegaría lejos
y el “punto de no retorno” (¿Qué me pasa, doctor?) fue el siguiente
párrafo en la página veintiuno: “… como un queso pasado en un día caluroso,…
como una maldición en una catedral, tan brillante como capa de aceite, tan
colorida como un cardenal… como un perro muerto tendido sobre un nido de
termitas.”, y yo me sentí como el perro de la última frase, y avancé un par de
páginas más y me dejé devorar. Los puntos suspensivos que he ahorrado al lector
sustituyen a menos palabras que la que hay entrecomilladas, es decir, cinco
comparaciones que, supuestamente, me tenían que hacer gracia y maldita la que
me hicieron. Fin de mi razonamiento y de la lectura.
Tengo una edad provecta que proyecta más sombra hacia el
pasado que hacia el futuro y, en el pasado más reciente no hay comparación
posible, dadas mis circunstancias personales, insisto, entre Pecoraro, Zweig y
Pratchett y, seguramente, este ha llegado a un público mucho mayor y vendido
millones de libros, pero el de la zeta publicó su primer poema hace más de
ciento veinte años y se sigue leyendo. Y hasta aquí mi perorata.
“Esta es la habitación iluminada por la luz brillante de las
velas donde se almacenan los biómetros, estantes y más estantes llenos de
ellos: rechonchos relojes de arena, uno por cada persona viva, en los que la
fina arena va descendiendo del futuro al pasado.”