(leídas 305 de 339 pág.; Aguilar) (46; noviembre de 2021)
Tercera parte de las cinco en las que he dividido este
volumen de Platón. Aunque solo dejé de leer las últimas treinta y cuatro
páginas del Parménides ha sido realmente duro leer tantas ideas que no
puedo compartir porque han pasado dos milenios y los planteamientos actuales no
son los de la época en que fueron escritos o porque no llego a comprender
muchos de los razonamientos utilizados. En el caso concreto del diálogo
mencionado, dejé de leerlo porque no entendí desde el principio a qué se
refería, aunque sí podía seguir la conversación un jovencísimo Aristóteles.
Es muy impresionante el diálogo llamado La República,
que no es diálogo sino un larguísimo monólogo de casi doscientas páginas, en
las que se plantea la construcción de un estado cargo a cargo, profesión por
profesión, y razonando el porqué de todas y cada una de las decisiones. Curiosamente,
a pesar de que siempre se habla en masculino, se contempla el hecho de que hay
mujeres tan válidas como los hombres, por lo que también serán como ellos en
algunos de los cargos necesarios. También se habla de que los vigilantes de la
sociedad compartirán las mujeres que les haya sido asignados, al igual que los
hijos y padres, pues de esta manera no tendrán familiares propios, sino que
serán de toda la comunidad. Como lectura es muy larga y aburrida en general,
pero parece increíble que una sola persona haya podido planificar, nos gusten sus
decisiones o no, la organización de un estado dirigida, según su criterio, a la
máxima efectividad común.
En el Teeteto, dedicado a la ciencia, Sócrates
conoce al muchacho de ese nombre y, como es alabado por su tutor, lo lleva por
derroteros lógicos a lo largo de casi cincuenta páginas. Me sorprende que uno
se pudiera parar a hablar durante varias horas y sobre temas tan densos como
los que tratan los diálogos de Platón. El mundo ha dado muchas vueltas desde
entonces y hemos perdido la capacidad, el tiempo y las ganas de pensar. Yo el
primero.
“I. En compañía de
Glaucón, el hijo de Aristón, bajé ayer al Pireo con objeto de dirigir mis
súplicas a la diosa y deseoso de ver así mismo cómo realizaban la fiesta que
iba a tener lugar por primera vez.”
La República
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