(640
pág.; Debolsillo) (7; marzo de
2020) (Premio Nobel 2001)
Marisol lo dejó a medias y a mí me parecía interesante al
principio, pero a medida que avanzaba cada vez me costaba más, y no quiero
decir que esté mal escrito o que no se entienda, pero los personajes y las
situaciones en las que se desarrolla la historia me hizo desinteresarme por
ella, además de las circunstancias actuales en las que estamos inmersos que,
quieras o no, también afecta. Esas son las razones por las que, pudiendo haber
dejado de leerlo, considero que es recomendable.
El protagonista, que da nombre al libro, se llama así
desde que nace, es decir, “señor Biswas”, cosa curiosa y divertida, cuando te refieres
a un bebé o un niño. Ya hecho hombre no tiene oficio ni beneficio, salvo que
pinta carteles, y conoce a una joven dependienta de un gran almacén a la que
enamora a través de un solo billetito lanzado a su mostrador. La joven es la hija
de la dueña del gran almacén, pero a pesar de la diferencia social nadie pone
reparos a su boda. Y durante toda la novela oiremos los lamentos del señor
Biswas de haber caído en las garras de esa familia.
En esa curiosa
familia viven todos juntos, aunque por mayoría debería decirse que viven todas
juntas, pues son muchas más hermanas que los dos hermanos que tienen, y cuando
ya están casadas los cuñados apenas pintan nada. A pesar de que el señor Biswas
vive a su costa ello no le impide mofarse agriamente de ellos e, incluso,
ponerles motes. El sueño del mencionado protagonista es tener una casa propia y
de ello tratará toda la novela.
“Diez semanas antes de morir,
el señor Mohun Biswas, periodista de Sikkim Street, St. James, Puerto España,
fue despedido.”
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