(372
pág.; Aguilar) (50;
septiembre de 2019)
Este fue el último libro que leí en
septiembre, pero hasta ahora no he podido dedicarle cinco minutos: ¡cuanto más
corro más lento voy!
En sus primeras cuatrocientas
páginas, por lo menos en el libro que yo tengo, hay un error de impresión, pues
se han repetido treinta y dos páginas faltando las que deberían ir en ese
lugar, pero como son artículos que él enviaba al Departamento de Cultura de
México no hay problema en seguir leyendo.
Estas páginas iniciales del segundo
tomo de sus obras completas se dedican a la lengua y la literatura y entre
otros muchos temas habla del movimiento intelectual de Madrid al final del XIX
o principios del XX; compara los castellanos de España, México y Sudamérica;
habla de la instrucción tanto en España como en Francia, Inglaterra o Alemania,
haciendo hincapié en las lenguas que se estudian y las horas que se dedican a
ellas en cada uno de los países, así como las horas al latín o el griego. Es
muy interesante leer sus opiniones al respecto o las estadísticas que presenta,
pues se aprecia cómo se veía la lengua y su problemática hace más de cien años
y cómo ha devenido esta a través de tiempo hasta nuestros días.
También le dedican más de cien
páginas a la crítica literaria en la que se hablan de muchos autores hispanos,
obviamente, pero también de otros países, todo ello con un cuidado exquisito
para no herir susceptibilidades innecesariamente y encontrando siempre los
suficientes adjetivos para salir airoso de cualquier comentario sobre un autor
o su obra. Aunque su lectura es lenta no deja de ser muy gratificante.
“Este del nombre que es una piedra
preciosa–decía yo en una de las notas impresionistas de mi Exodo–es alto, robusto, inexpresivo; ojos obscuros, pequeños y
vivos; nariz ancha, de alas sensualmente abiertas; barba y cabellos ligeramente
rizados; manos de marqués;
parsimonioso y zurdo continente; hablar pausado y un sí es no tartamudeante,
pero siempre ático y fino.”
Rubén
Darío
No hay comentarios:
Publicar un comentario