(leídas 270 de 558 pág.; Seix Barral) (1; enero de
2019)
Otra estantería, otro libro, pero el mismo resultado que
el anterior: poco después de la mitad decido que ya está bien de leer aquello
que no me está interesando y, además, que no me parece que esté bien escrito y
voy a dar una razón para ello: en la primera página de la novela se utilizan los puntos suspensivos tres
veces, en la segunda doce y, para no aburrir a mi posible lector daré la cifra
total de puntos suspensivos que aparecen en la novela: ¡5.265 veces! Y a pesar
de eso la he calificado como poco aconsejable y no nada aconsejable.
El protagonista de la novela es un arquitecto que no viaja
constantemente y que recibe una carta en la que se le comunica de manera muy
fría que una antigua conocida suya ha fallecido. No sabe cuándo ni cómo, pero
el recuerdo de las vivencias que tuvo con ella y su hijo, cuando era un niño y adolescente,
le empiezan a ocupar la mente.
Para cuando dejé la novela empezaba a ponerse algo
interesante, pero creo que ya le dediqué demasiado tiempo y no sirve aquello de
que “puestos” mejor acabarla, pues puede empeorar… la novela y mi humor.
“Se quedaba siempre como
apartado.”
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