(350 pág.; Aguilar) (46; septiembre de
2018)
Cuando volvimos a España yo me traje todos mis libros,
pero este no era mío y no sé qué pasó con él, pero cuando tuve ahorradas las
550 pesetas que costaba me faltó tiempo para ir a comprarlo. Esa cifra hoy
parece ridícula, pero era del orden de unos cien billetes de Metro. Quien
quiera que eche cuentas. El hecho es que, cuatro años después de haber llegado,
ya tenía mi preciado volumen y ahora, cuarenta y tres años después, estoy dando
buena cuenta de él.
Las tradiciones avanzan con más historias de faldas,
tanto las seglares como las clericales (en varias tradiciones se juntan mujeres
y curas indicando que “se visten por la cabeza”); se nos habla de cómo se vivía
(leer el párrafo después de la foto o por ejemplo se explica qué era la “tapada
limeña”: un mantón de seda cubre toda la cabeza dejando un solo ojo a la vista;
era de lo más elegante y nada tenía que ver con el radicalismo o la opresión a
la mujer, sino todo lo contrario); también de las corridas de toros o de las
peleas de gallos con una profundidad que permitiría hacer una pequeña
enciclopedia. Pero también hemos llegado a los aires de independencia y la
consecución de la misma, tratando con exquisita elegancia a los militares
españoles que perdieron las diferentes batallas.
“Contóme mi queridísimo e inolvidable amigo Lavalle, para
que hoy lo cuente yo a ustedes, que, allá por los años de 1814, una monja del
monasterio del Carmen se escapó cierta noche para ir al teatro a gozar de la
ópera italiana, representación que por primera vez se efectuaba en Lima.”
Prudencia episcopal