(350 pág.; Aguilar) (36; julio de 2018)
Como ya dije cuando leí las primeras trescientas
cincuenta páginas de este libro, lo empecé a leer antes de la adolescencia,
pero a la vista de las historias que recuerdo lo debí hacer saltando aquellas
que no me parecieron interesantes, pues la gran mayoría me son desconocidas. No
obstante, y como ejemplo lo he puesto al pie de la foto, recordaba esa historia
que está muy cerca de la página setecientos, por lo que no hay duda de que, por
lo menos, llegué hasta aquí.
Es un libro
difícil de leer seguido, pues la letra es muy pequeña, pero ello no es óbice
para que siga pareciéndome tan divertido y entretenido como lo recordaba. Ya
estoy acabando el siglo dieciocho, por lo que ya he leído la mayoría de las
tradiciones relativas a los virreyes entre los que se cuenta un antepasado de
mis hermanos: el conde de la Monclova. Fue el virrey que más duró en el cargo:
dieciséis años y no lo deja nada malparado. Además de lo acontecido a los
virreyes, sigue hablando del clero (el otro gran poder), de las bellas limeñas y
la cantidad de corazones que se rompieron o unieron, de insurrecciones y de las
toneladas de metales preciosos de salieron de Perú hacia España y todo ello
salpicado de refranes y frases divertidas.
“Lima, como todos los pueblos de la Tierra, ha tenido (y
tiene) un gran surtido de tipos extravagantes, locos mansos y cándidos.”
El obispo Cicheñó
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