(748 pág.; Ediciones B) (37; agosto de 2018; en
Madeira)
Un par de días antes de irnos de vacaciones a Madeira
comencé a leer este libro. Marisol me había dicho cuando lo leyó que no le
había gustado, ahora le parecía que no había terminado de leerlo. En cualquier
caso, y sin decir que no vale la pena leerlo, sí que hay que aclarar que es un
poco pesado, pues el autor, que es historiador, nos ha querido recrear la Nueva
York de finales del XIX y principios del XX, con sus calles, sus medios de
transporte, su organización policial, la moral de esa sociedad; el estado de la
psiquiatría (alienista: el que trata a los alienados) y la psicología; y, sobre
todo, el método científico aplicado a la investigación policial.
La aparición del mutilado cuerpo de un joven dedicado a
la prostitución hace que el comisario jefe, que en el futuro será el primer presidente
Roosevelt, encargue a un equipo interdisciplinar la búsqueda del asesino. Entre
ellos habrá un alienista y un periodista que fueron compañeros suyos de estudio
y dos sargentos de la policía que comienzan a aplicar técnicas que aún no están
reconocidas judicialmente pero que, por otra parte, ofrecen mucha más
información de la que se tiene sin ellas.
“Theodore está en la
tumba.”
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