sábado, 7 de julio de 2018

Vasili Grossman: Todo fluye (**/***)


(300 pág.; Círculo de Lectores)                                 (33; junio de 2018)
No sé por qué razón he tardado nueve años en leer otra obra de este escritor, cuando él fue uno de los primeros que leí entonces y que me cautivaron lo suficiente como para escribir estos dos párrafos que vengo haciendo desde aquel momento. El caso es que ya he leído otra de él y está considerada como una obra denuncia de los millones de muertos y desplazados a Siberia durante el tiempo en que Stalin fue el máximo dirigente comunista. Personalmente creo que no tiene la fuerza ni la calidad de Vida y destino, pero sabe transmitir al lector la barbarie que se cometió a lo largo de cuatro décadas para crear esa supuesta Unión de Repúblicas que hoy son una diáspora de estados y poco o nada socialistas.
Cuando muere Lenin los encarcelados por motivos políticos a lo largo de su mandato son declarados no culpables de lo que se les acusó, por lo que todo aquel que, acuciado por la situación del momento, no defendió o, incluso, acusó a alguno de sus vecinos o compañeros de trabajo, ahora se siente avergonzado o atemorizado de lo que pueda sucederle. La novela trata de la vuelta a la vida de un hombre que pasó treinta años preso y que decide ir a los lugares en lo que vivió o tenía algún familiar o conocido.
En los capítulos finales Grossman hace una disección de quiénes y porqué fueron Lenin y Stalin los dirigentes de la revolución y, aunque rompe la trama de la novela, no deja de ser interesante su disertación.




“El tren procedente de Jabarovsk llegaba a Moscú a las nueve de la mañana.”



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