(300 pág.; Círculo de Lectores) (33; junio de
2018)
No sé por qué razón he tardado nueve años en leer otra
obra de este escritor, cuando él fue uno de los primeros que leí entonces y que
me cautivaron lo suficiente como para escribir estos dos párrafos que vengo
haciendo desde aquel momento. El caso es que ya he leído otra de él y está
considerada como una obra denuncia de los millones de muertos y desplazados a
Siberia durante el tiempo en que Stalin fue el máximo dirigente comunista.
Personalmente creo que no tiene la fuerza ni la calidad de Vida y destino, pero sabe transmitir al lector la barbarie que se
cometió a lo largo de cuatro décadas para crear esa supuesta Unión de
Repúblicas que hoy son una diáspora de estados y poco o nada socialistas.
Cuando muere Lenin los encarcelados por motivos políticos
a lo largo de su mandato son declarados no culpables de lo que se les acusó,
por lo que todo aquel que, acuciado por la situación del momento, no defendió
o, incluso, acusó a alguno de sus vecinos o compañeros de trabajo, ahora se
siente avergonzado o atemorizado de lo que pueda sucederle. La novela trata de
la vuelta a la vida de un hombre que pasó treinta años preso y que decide ir a
los lugares en lo que vivió o tenía algún familiar o conocido.
En los
capítulos finales Grossman hace una disección de quiénes y porqué fueron Lenin
y Stalin los dirigentes de la revolución y, aunque rompe la trama de la novela,
no deja de ser interesante su disertación.
“El tren procedente de
Jabarovsk llegaba a Moscú a las nueve de la mañana.”
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