sábado, 21 de julio de 2018

Thomas Hardy: El alcalde de Casterbridge (**/***)


(540 pág.; Alba)                                 (34; julio de 2018)
Tal y como hice cincuenta libros antes, leo otro aconsejado por Anna y, como casi todas las veces, la elección es de mi gusto. Conocía de nombre a este autor, pero no lo tenía en mente, por lo que aceptar consejos de alguien que lee creo que es un buen sistema para ampliar autores. Esta novela es sorprendente porque en el primer capítulo sucede algo tan inusual que en el medio millar de páginas que quedan no parece posible que haya algo que pueda superarlo, por lo que no sería de extrañar que la novela decayera, pero eso no sucede hasta casi el final, ya que capítulo tras capítulo Hardy encuentra una manera de seguir atrayendo la atención del lector.
Poco voy a poder explicar de la historia por lo dicho en el párrafo anterior, pero continuaré con lo que figura al pie de la portada. Ninguno de los jóvenes habla ni tampoco se miran, parece que tienen parentesco, pero la frialdad que hay entre ellos es patente. Cuando llegan al pueblo entran en un entoldado donde sirven una bebida a la que se le puede añadir alcohol si el cliente así lo pide. El joven lo solicita en repetidas ocasiones y termina teniendo muy suelta la lengua; tanto es así que hace una proposición a los que le escuchan, tan descabellada, que no se la pueden tomar en serio. Pero hablaba en serio.




“Un atardecer de finales de verano, antes de que el siglo XIX completara su primer tercio, un hombre y una mujer jóvenes, ésta con un niño en brazos, se aproximaban caminando al pueblo de Weydon Priors, al norte de Wessex.”



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