(68 pág.; L’Avenç) (27; mayo de 2018)
Quería repetir a este autor y encuentro esta “obrita” de
teatro en un solo acto. Utilizo el diminutivo por razones obvias y, también,
porque el paso del tiempo, fue escrita hace 120 años, ha hecho que parezca que
ya sabemos de qué va la obra: en un aburrido pueblo, donde nada se mueve, todo
es como siempre, el hijo del alcalde se encuentra fuera de lugar, pues él sí
que ve que las nubes del cielo nunca son iguales y que se mueven y que la vida
debería variar, avanzar. Mientras los vecinos del pueblo están en sus
quehaceres de forma estática, llega al pueblo una compañía de tres cómicos que
anuncian la función que se hará en la noche y cuyo precio será la voluntad del
público.
No he seguido con la historia porque el desenlace está
próximo y, además, todo está mucho mejor explicado por Rusiñol y es mucho más interesante
que como yo lo he hecho. Como anécdota quiero explicar que Enric Morera,
compositor de La Santa Espina, puso
música a las dos canciones que aparecen en la obra y fue el profesor de mi
padre y, ante la solicitud de este de que le diera un título conforme había
finalizado la carrera de música, le extendió de su puño y letra sobre un trozo
de papel un par de frases indicando los estudios que había realizado y
diciéndole que “el mejor título era él mismo”.
“CHOR DE BOTERS.
(Cantant:)
Mis ojos se conmobieron,
¡ay!,
al contamplarte,
mi carubín.”