(350 pág.; Aguilar) (18; junio de 2021)
Oí hablar de Sócrates cuando tenía dieciséis años y fue
Joan, un profesor que tuve a lo largo de cuatro años, que bien podría decirse
de él que era un Sócrates del siglo XX por las enseñanzas que prodigaba
sin ningún otro interés personal que el de transmitir conocimiento. Fue con otro
libro de esta misma edición con el que empecé a leer los diálogos de Platón,
que volví a hacerlo cuando rondaba los treinta, con el libro cuyo lomo aparece
en la imagen y, más de treinta años más tarde, he decidido leerlo por completo
y, por eso, hoy presento una quinta parte.
Hay una extensa presentación, desde los presocráticos y
llegando hasta Aristóteles, y ofreciendo, tanto de Platón como de Sócrates, una
visión de trescientos sesenta grados, es decir, desde más de un punto de vista.
Muy completa, una lección de historia de la filosofía griega, que es como decir,
del inicio de la filosofía.
En cuanto a los diálogos, yo que recordaba más la forma de operar
silogística de Sócrates que el contenido en sí mismo, he descubierto que los
hay de tres tipos, por lo menos en los que he leído: los declamatorios, como en
el Defensa de Sócrates, casi poéticos; los que dialoga con algún
filósofo o, mejor dicho, sofista, como en los de Hipias o Protágoras, en los
que Sócrates se dedica a decir que no sabe nada, pero que los que dice el otro no le
convence y trata de demostrarlo; y, por último, lo que trata con adolescentes o
de ellos e intenta convencerles de que no malgasten su dinero pagando a nadie
que les diga que los hará mejores o hablando de temas que les pueden interesar, como en Lisis.
Estos
últimos quizá sean los más costosos de leer porque se trata de convencer a la
otra parte y se hace con un lenguaje que termina cansando, lo contrario de los
que tratan con los que, en principio, son superiores a él: normalmente este
último termina desarbolado y dejándolo correr, a pesar de que no siempre se
encuentra la solución a lo que plantea Sócrates. En el diálogo que no tiene
oponente, la prosa y su contenido son de una belleza y clarividencia esclarecedoras.
“No sé, atenienses, qué impresión han dejado en vosotros las
palabras de mis acusadores, mas de mí si puedo decir que, al oírlas, me ha
faltado poco para olvidarme de mi propia persona: tal era el poder de
persuasión de las mismas.”
Defensa de Sócrates
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