(219 pág.; Books4pocket) (49; septiembre de
2020)
Hará más de un año y medio que Daniela me recomendó este
libro, pero con la de recomendaciones que recibo y el gusto de atender a todas,
hace que el tiempo medio que se pasan en barrica viene a ser de dieciocho meses
y, como acostumbra a ser, el resultado es de lo mejorcito cada año. Y esta
añada no ha sido diferente: lo comencé una mañana y lo acabé de madrugada cuando
me desvelé, lo que no lamento, pues el libro es una absoluta delicia.
El autor, que coge muchos taxis debido a sus múltiples desplazamientos en la ciudad de El Cairo, escucha todas las quejas de los taxistas y las plasma en el libro tal y como se las dictaron, incluso con alguna palabra más fuerte que otra u obviando algún nombre para librarse de posibles acusaciones por injurias. Las hay de todos los tipos: políticas, explicando porque Anuar El Sadat es considerado como el padre de los egipcios (divertidísimo relato el que hace referencia a la expulsión de los mismos de Grecia); denuncias, relatando en varias ocasiones y por diferentes motivos los sobornos que hay que acabar pagando a los funcionarios y policías si tienes problemas o si no quieres tenerlos; las propias de su profesión, las muchas horas que tienen que trabajar los taxistas pues no hay taxímetros (o no los quieren) y el cobro depende de la voluntad del viajero, la historia del mencionado taxímetro o la de los cinturones de seguridad; en resumen, relatos sobre todo aquello que agobia, o puede hacerlo, al ser humano, pero explicado con la suficiente gracia, que las poco más de doscientas páginas son pocas y uno desearía que Al Khamissi hubiera hecho más viajes. Buscaré más libros de este autor, pues es muy bueno.
“¡Dios mío!”
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